miércoles, 12 de diciembre de 2012

Tres historias de mitología, amor y muerte




·        Circe me mira. Su copa roza mis labios.  Sé que es veneno, aun así lo bebo  sin dejar de contemplarla. Pronto llegaré ante Caronte, pero al menos podré decir que he amado a la hija del Sol. 




·        Psique se agita en sueños. Se despierta y tantea con dedos temblorosos el lecho. Donde debería estar él solo hay sábanas frías. De nuevo el amor la ha abandonado. Solloza mientras recuerda la tierra negra que echaron sobre la tumba en la que ahora duerme su marido. Sí, esta vez el amor la ha abandonado para siempre. 




·        Eco espía  a Narciso entre los árboles. Siente celos del amor que él vuelca en ese reflejo que lo contempla desde el agua; siente odio hacía ése por el que él suspira, ese que hace que ella sea invisible a sus ojos. Por eso lo empuja, por eso lo ahoga, por eso llora, aunque nadie puede oírla. 




 Microrrelatos de Gloria T. Dauden
Imágenes de John William Waterhouse


jueves, 4 de octubre de 2012

La nave de los simolestes (Fragmento)

  
Ilustración de Samuel Hernández
Texto de Gloria T. Dauden


17 de sablit 2085
A bordo estamos todos eufóricos. La inmersión ha sido perfecta, la nave ha aguantado la presión y mis animales han aceptado con naturalidad la ruta. Para celebrarlo he descorchado unas botellas de vino y las he compartido con la tripulación. Al ver sus sonrisas he pensado de inmediato en Erik. Lástima que él haya tenido que perderse la misión, con todo lo que se ha implicado en el proyecto, no solo en la programación del sistema de comunicación con los simolestes, sino en charlas aburridas con políticos e inversores. Quizás por eso lleva varias semanas tan raro, apenas sin ganas de tocarme, pero habrá otros viajes experimentales tras este y a esos podremos ir juntos. Estoy segura de que cuando vea el éxito de la misión su apetito por mí regresará.
El doctor Futt me recuerda a Erik. También él lleva unos días taciturno, y la situación solo ha ido a peor.  Estuve buscándolo por toda la nave para que se  uniera a la celebración y lo encontré en la sala de control mirando los paneles con el ceño fruncido. Cuando le pregunté qué le pasaba no me contestó más que con monosílabos. Supongo que está viejo para estos trotes. No importa, en unas horas regresaremos  a la superficie y podré contactar con Erik. Una vez arriba navegaremos arrastrados por los simolestes, pero al aire libre, como un barco corriente y antes del anochecer estaré en casa con Erik. Entonces me aferraré a él y  la alegría será completa.


21 de sablit 2085
Llevamos cuatro días bajo el mar.
Mis ayudantes empiezan a alarmarse. He intentado convencerles de que todo va bien, que alargar la misión será bueno para el proyecto, pero no todos se lo han creído.  El más afectado es el  doctor Futt al que he tenido que sedar y esconder en uno de los camarotes hasta que se calme.
El pobre, en sus ratos de consciencia, no para de murmurar que nos hemos precipitado, que los simolestes aún no estaban listos para este viaje y que los pequeños fallos de comunicación que tenemos con ellos no harán sino aumentar.
Por supuesto, creo que el doctor Futt  exagera. Confío en mis simolestes, yo misma los he entrenado, casi desde que salieron del cascarón. ¿Y qué decir del sistema de comunicación? No podría estar más segura de su buen funcionamiento. Erik  jamás ha cometido un error.
Mañana, como muy tarde, saldremos a la superficie y el doctor Futt  verá que no había motivos para su angustia. Mientras será mejor que descanse.

22 de sablit 2085
He tenido un ataque de nervios mientras escuchaba las razones del doctor Futt. Por suerte fui  sola y nadie pudo verme temblar como una chiquilla. Antes de salir tomé aire largo rato con los ojos cerrados y luego me aseguré, mirándome al espejo, de  que mi rostro mostrara la misma fría resolución de siempre, pero temo que pronto la tripulación vea el temor que late en mí. El sistema de comunicación está fallando. Ya no puedo negarlo. ¿Cómo pudo Erik cometer semejante descuido?  La cabeza me arde y sé que esta noche tampoco dormiré. La nave ya no desciende con tanta velocidad, pero mientras no podamos comunicarnos con los simolestes estaremos a su merced, a  la suya y a la de las corrientes.





24 de sablit 2085
No hay forma de negarlo. La nave se hunde cada vez más y los simolestes no responden a nuestras órdenes. He tenido que reunir a mis compañeros y darles una pizca de la verdad. Les he dicho que algo falla y que necesitamos encontrar una solución antes de que la presión sea demasiada para la estructura de la nave. 
El doctor Futt parecía querer decirme algo, pero al final ha callado y se ha bebido dos botellas de vino. Hoy no he tenido que sedarle.

sábado, 8 de septiembre de 2012

ROCNALÚ

 

     

Ilustración de Guillermo Pérez Rancel

Texto de Gloria T. Dauden

  Era un día estupendo para la pequeña Rocnalú. Hacía unos cuarenta grados a la sombra y soplaba un viento tempestuoso, de los que arrancan árboles y montañas. Se había puesto su abrigo favorito, verde con estampados de flores y rombos. Después se miró al espejo con una sonrisa triunfal. Los dos dientes de leche que le quedaban la saludaron al abrir la boca.  Debido al viento no era necesario peinarse. Se rió y lanzó el cepillo al estante de abajo. Se puso unas botas de lluvia rojas con mariposas amarillas, azules y  violetas y, dando saltos, salió de casa.
Ya estaba en el jardín, a punto de cruzar la verja roja que daba a la calle, cuando se topó con su abuelo. Nodimri llevaba doscientos años retirado, dedicado a la pesca y a los juegos de cartas. Había sido un dios de la guerra en sus tiempos mozos, aunque a Rocnalú le costaba imaginarlo poderoso, iracundo e imponente con las pintas que llevaba ahora. Vestía un mono muy ancho de color amarillo yema y hedía a gusanos machacados y cabezas de pescado.
—¿A dónde crees que vas? —le increpó el anciano.
—A jugar.
—¿Cuántas veces te he dicho que no puedes salir entre semana? Tienes que estudiar para poder ser una gran diosa de la guerra o, al menos, de las artes. No vayas a acabar como mi sobrina tercera, de simple musa de autores de cancioncillas para verbena.
—Me voy a jugar —insistió Rocnalú más terca que nunca.
—¡No vas! —la voz del abuelo sonó tan alta que los pájaros de todo el continente se quedaron sordos.
Rocnalú dio tal pisotón que removió el suelo marino, causó dos maremotos y un eclipse lunar.
—¡Claro que voy!
—¡No! ¡No vas! —el abuelo puso en marcha uno de sus polvorientos trucos de antaño. Se rodeó de una nube de cenizas que olían a azufre y de llamaradas entre las que se veían cabezas de tigres y dragones. Su boca desdentada se transformó en un hocico de lobo. Arqueó el cuello y aulló muy fuerte.
—Que no, abuelo. Que no me das miedo. Te lo he dicho mil veces.

Él rugió de nuevo, pero esta vez sonó a estornudo.
—Además —añadió  Rocnalú—. Tia Nomri no quiere que hagas estas tonterías. Te cansas y el azufre te sienta mal. Te dolerá la cabeza toda la tarde.
El viejo refunfuñó mientras desaparecían las cenizas y las llamas. Su hocico de lobo se mantuvo.
—¿Pensarás en lo que te he dicho sobre tu futuro?
—Claro —sonrió ella mostrando orgullosa sus dos dientes.
En cuanto el abuelo se dio la vuelta y comenzó a andar hacia casa, Rocnalú descruzó los dedos. 
Salió corriendo. Saltó sobre los árboles, como si fuesen briznas de hierba. Después se camufló entre montañas y se sentó. Miró los tejados del pueblucho más cercano con una sonrisa. Desde allí inspiraría a algún incauto aldeano repetitivas melodías, pensó mientras soñaba con hacerse mayor para ser la musa de las canciones del verano.